sábado, 6 de junio de 2015

La lógica de la supervivencia política en México

Para la élite política es claro que “el fin justifica los medios”. Cuando el fin se refiere a su supervivencia, los medios pueden ser varios, aunque estos impliquen participar en actos de corrupción, el clientelismo, otorgar bienes públicos, repartir beneficios privados a los miembros de la coalición ganadora, implementar malas políticas, conceder beneficios fiscales, o bien, aprovecharse de las ambigüedades de las leyes electorales o cambiar las mismas.
Si la esencia del poder es la política detrás de permanecer en el cargo como señalan Bueno de Mesquita, et. al., entonces las élites ajustan las instituciones en función de sus intereses. En México existen casos donde la élite política modificó las instituciones a fin de sobrevivir. En particular, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), durante los años en el poder, empleó diversos medios para mantenerse como la intimidación, la represión, el clientelismo, y durante sus últimos años (antes de 2000) se apoyó, principalmente, en los cambios institucionales. Si analizáramos las reformas político-electorales que se dieron entre 1963 y 1997 podríamos encontrar las formas en que el PRI fue negociando con la oposición su legitimidad democrática y su permanencia en el poder.
En 1985, Octavio Paz escribió el ensayo “El PRI: Hora cumplida”, donde diagnosticaba la situación del partido hegemónico y opinaba que el priismo tenía sus horas contadas. Para él, el movimiento del 68 de alguna forma marcaba el principio del fin, pues existía una fuerte crisis de legitimidad del partido desde ese entonces. Paz creía que era el momento de la alternancia partidista, de transitar a la democracia. Sin embargo, se equivocó y el PRI logró permanecer en el poder quince años más. Entonces, ¿cuáles fueron los medios que utilizó el PRI para sobrevivir? A diferencia de otras autocracias, la represión no fue la principal herramienta del partido hegemónico, al contrario, fue la modificación de las instituciones.
De 1963 a 1997, hubo seis fases importantes de reformas electorales (vea el cuadro 1). Durante este período, diferentes incentivos influyeron en la elección de las instituciones de selección política, de acuerdo con la teoría de Bueno de Mesquita, et. al. (2005). En cada caso resulta creíble pensar que las decisiones estuvieron motivadas por el interés de la clase política de legitimarse democráticamente y permanecer en el poder por más tiempo. No es casualidad que la mayoría de estas reformas se hayan impulsado después de disputadas elecciones presidenciales o estatales o crisis políticas o económicas.
Por citar un ejemplo, para las elecciones presidenciales de 1976, el PRI postuló al único candidato en competir. El Partido Acción Nacional (PAN), principal opositor, se negó a postular un candidato presidencial en parte por razones internas y en parte como forma de protesta. De tal forma que el partido hegemónico se encontró en un dilema entre crear un sistema de dos partidos y con ello fortalecer a la oposición, o bien, que el PAN se negará a jugar el juego y por consiguiente, crear una crisis de legitimidad. A raíz de ello, en 1977 se dio una reforma que de cierto modo estableció un tipo de compensación (los diputados de partido) para mantener al principal opositor en el juego electoral.
Ahora bien, siguiendo la teoría de Magaloni2, un factor clave para la supervivencia en autocracias de partido hegemónico son los dilemas de coordinación de la oposición. En este sentido, las reglas electorales jugaron un papel fundamental para fomentar este factor. Es claro que el PRI se apoyó en cambios recurrentes del sistema electoral para obstaculizar la coordinación de los partidos de oposición, ya que, mediante diversas reformas, el partido se favoreció de la distribución del poder, permitió la entrada a partidos pequeños, con la regla de representación proporcional, y se sub representó a partidos medianos. En general, debilitó a la oposición más fuerte y fortaleció a los partidos que no representaban una amenaza creíble. De esta manera, aumentó su poder como jugador de veto.
El ejemplo más claro, es la reforma que introdujo la cláusula de gobernabilidad3 (en 1988), que permitía alcanzar mayoría absoluta al partido que obtuviera una mayoría relativa de 35% o más de votación, por tanto, aseguraba la mayoría del PRI en el Congreso, aunado a que sobre representaba a los partidos grandes y pequeños, mientras que sub representaba a los medianos, principalmente al segundo lugar. Sin embargo, para lograr la aprobación de esta ley, el partido hegemónico debió negociar con la oposición real. Un ejemplo de negociación claro fue la reforma de 1991, donde el quid pro quo fue la transformación del nuevo Instituto Federal Electoral (IFE) como mecanismo institucional para asegurar elecciones transparentes.
En este proceso de reformas electorales, el partido hegemónico fue cediendo espacios y libertades políticas a los partidos de oposición. Así, a lo largo de este periodo, la reingeniería del sistema electoral en México estableció las condiciones para que en 2000 el proceso de democratización se materializará de una forma pacífica. En este contexto, un aspecto clave fue la negociación de la élite sobre las instituciones políticas. En conclusión, esta oleada de reformas sugiere que la resistencia del sistema de partido hegemónico en México fue resultado de un proceso constante de reformas electorales elaboradas por actores racionales, es decir, de utilizar y modificar las reglas para sobrevivir.
Cuadro 1. Reformas electorales en México entre 1963 y 1997.


Fuente: Elaboración propia con base en Molinar Horcasitas & Jeffrey A. Weldon. Reforming Electoral Systems in Mexico en Shugart M. and  Wattenberg M. P., eds. Mixed-Member Electoral Systems  The Best of Both Worlds? Oxford: Oxford University Press. Pp. 209-30. 2003.




[1] Bueno de Mesquita, Bruce, Smith, Alastair, Siverson, Randolph and Morrow, James, (2005). The logic of political Survival, Cambridge. Pg 1-36.
[2] Magaloni, Beatriz (2006). Voting for Autocracy: Hegemonic Party Survival and its Demise in Mexico. New York: Cambridge University Press pg. 1-81.
[3] [3] En ciencia política se conoce como majority-assuring electoral systems.



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